Epílogo de 1993

Con fundamento psicológico total, omnipresente: aquí están (todavía sin bautizar) los «paréntesis de olvido«, las «acciones de continuidad‘ la «reservas de eficacia«, la «percepción subliminal«… y tantas teorías y enfoques que después he ido meditando y pasando de lo intuido a lo reflexionado…

A veces uno escribe, y no recibe eco alguno de que el mensaje de lo escrito ha llegado a alguien (me sucedió así con algún «jueguecillo de juventud»).
Como se ha dicho, malo es escribir una cosa, y que, al final, la máquina no se ponga a aplaudir…
Eso no me ha pasado con este libro. ¡Cuántas vivencias le debo, cuántos ecos ha tenido!
A pesar de haber sido un libro de aspecto modesto, que trataba de un tema hasta entonces marginal dentro del mundo de la magia. Pero con él he podido comunicarme con personas desconocidas, que estaban muy lejos, o que, incluso, ni siquiera habían nacido cuando lo escribí…
Me estoy acordando de tantos magos iberoamericanos, que después he ido conociendo. Me estoy acordando de Richard Suey, que desde Madrid enviaba el libro, como presente, por docenas, a sus amigos sudamericanos (ni son tantos!); me estoy acordando de Marcel, quien, años después, todavía recordaba lo que le significó la lectura del libro, el primero «grande» que leyó (,y era tan chiquito!). Me estoy acordando, como no, de Pedro Lacerda, mi «hijo» portugués, y de la más preciosa anécdota que me ha sucedido (véase «El libro de las dos -¿tres?- dedicatorias», en «La Magia de Ascanio», vol. 4, pág. 106). Me estoy acordando de José de la Torre de corazón tan grande como su corpachón, que no sólo tradujo al inglés el libro, sino que ha enriquecido la magia de las navajas con nuevas y fragantes aportaciones.
Y me estoy acordando de Varone y su increíble navaja de tres colores, de Larrain, de Jes, de Vernel de Lavalle (y su maravillosa falsa vuelta ultrarrápida), de tantos magos argentinos, o peruanos, o chilenos, a brasileños, o colombianos, mexicanos, o de tantas «partes» (allá no dicen «naciones») del «reino de Cervantes» ¡Bendita sea la hora en que lo escribí! Aunque el librito no me ha dado, en dinero, ni un céntimo, ¡cuánta riqueza me ha proporcionado! Pero el lector que con mas fruición y ahínco y eficacia se ha acercado al libro, el más enamorado de él ha sido, sin duda, Juan Tamariz.
«No es un libro, es un lujo», llega a decir. (A Juan le conocí, precisamente, haciendo una rutina de navajas, como examen de ingreso a la S.E.I.); se ha aprendido, con pasmo mío páginas de memoria, lo ha analizado párrafo a párrafo, lo han comentado (él y sus discípulos) profundamente, en reuniones inacabables, en las que el texto era mi libro (i ah, los métodos de la E.M.M!)…
Juan ha escrito un libro asombroso, «Sonata», parece mentira que tanta magia quepa entre dos tapas , un tercio del cual está dedicado precisamente a la magia de las navajas, con hallazgos felicísimos (el «tricambio», giros, pañuelos, escamoteos, alucinantes rutinas como la «progresiva» o «arcoiris de navajas», etc., etc.)
Ese libro. «Sonata», es de estudio obligado para el que quiera saber magia de navajas (y de la otra, claro). Toda la magia de Juan está perfumada con el aroma de la calidad, pero cuando Tamariz se ha acercado a la magia de las navajas parece que pone un especial cuidado y amor en sus inventos… Nadie más legitimado que Juan, pues, para escribir el prólogo de esta nueva edición del libro, prólogo para mí bellísimo y emotivo, fuentes de gratitud y admiración:
«Qué recompensa más grande!…»
En otro plano, sería injusto si no me acordara aquí, también, de Luis H. Trueba, fabricador esmerado de navajas perfectas, complemento necesario para estudiar y presentar efectos con navajas. A Luis, polifacético amador de la magia, puede dirigirse el lector para obtener las más primorosas herramientas de cualquier rutina de navajas, en la seguridad de que será gentilmente atendido.
Al releer mi libro para repasar esta nueva edición, me he dado cuenta más cabal de sus valores. En primer lugar, el estilo con que entonces escribía: un estilo natural, que explica las cosas sencillamente, con claridad y con palabras propias, sin que en él se advierta ni arte ni estudio… En segundo lugar, hay en el librito («hijo del entendimiento». como decía Cervantes) una magia «con fundamento».
Con fundamento psicológico total, omnipresente: ahí están (todavía sin bautizar) los «paréntesis de olvido», las «acciones de continuidad’ la «reservas de eficacia», la «percepción subliminal»… y tantas teorías y enfoques que después he ido meditando y pasando de lo intuido a lo reflexionado…
Por todo eso, he querido reeditar el libro tal como lo escribí a los veintiséis años. Camilo José Cela dice: «Mi prosa es hoy menos lozana, pero espero que más sabia». Yo hago mías esas palabras, y, reeditando el libro tal cuál, he preferido la lozanía a la sabiduría. El librito así fué, así tuvo éxito, así influyó en su tiempo y hasta hoy… dejémosle, pues, así. (La edición facsimil queda para mucho más tarde…). Cuando escribí el libro tenía veintiséis añicos (ahora tengo sesenta y cuatro). Vivía a tope y ardiendo, en una época de aprendizaje, de grandes entusiasmos, grandes proyectos, estrechas amistades… (¡ que poco he cambiado!). Como la amistad con José Paytubi: ¡cuánto disfrutamos pasando mis hojas manuscritas a su pulcra mecanografía! Paytubí fue, así, el primer lector del libro, lector asombrado y amigo. O como la amistad con Fu-Manchú, a quien le pilló desprevenido escribir el prólogo, porque, habiendo salido de gira fuera de Madrid, cuando estuvimos juntos semanas antes no le había hablado para nada de navajas… O como la amistad con Fred Kaps, a quien, impresa, se destina la dedicatoria del libro allá donde vaya cualquier ejemplar… (por cierto: José de la Torre, por olvido, no puso esa Dedicatoria en los ejemplares ingleses del libro; Fred, en el sumo de la delicadeza, no me dijo nada a mí, porque presumía, con razón, que yo no me había dado cuenta: se lo recriminó suavemente al traductor, quien me transmitió entonces a mí esa queja; inmediatamente dispuse (consternado y como mal menor) que se adhiriera una pegatina con la dedicatoria en cada ejemplar aún no vendido; y en esas estábamos, cuando murió Fred Kaps…). El libro contiene mi rutina «Navajas y Daltonismo».
Recuerdo que Marzo (ya fallecido) tenía ciertas dudas de que la rutina me pertenecía (¡yo era tan joven y la rutina tan buena!)… Recuerdo a mi hermana, que en cierta ocasión, (me entrenaba yo con un final explosivo de esponjitas), vino a mi habitación para enseñarme una navajita miniatura que le habían regalado («creo en la inspiración, si te pilla trabajando», decía Picasso), de donde nació mi final «climático, inesperado, distinto y apoteósico». Recuerdo cuando la hice en Sevilla, en Amsterdam (Flip no lo olvida: ¡querido Flip!) Buenos Aires, Las Vegas, congreso de Santander, Londres…
Ahora tengo sesenta y cuatro años (cuando escribí el libro veintiséis). Son muchos años de diferencia: con razón puedo hacer mía la frase que dijera, en 1536, Luys Milán: «La [magia] ha tenido tanta fuerza conmigo para que fuese suyo como yo he tenido grado de ella para que fuese mía»…
Y siempre ha vivido la magia conmigo en mi casa, «para el gusto de ambos» (como Juan Ramón y la poesía)… Con ello estoy dando fe de una continuidad en el «vicio» de la magia, fe de permanencia, de amor y de memoria, fe de vida en definitiva. Me enfrento con aquel mocetón de veintiséis años, y a través de las años le digo: «Hiciste un buen trabajo, hijo». Pero ¿y él? ¿qué me dice a mí? : «¿Y ésto es lo que has hecho con nuestra vida?». Porque sabe que yo estoy contento con lo que la vida me ha dado, pero no tanto, ¡ay!, con lo que yo he hecho con esos mimbres.
Y sin saber cómo: Sólo viviendo cada día («viviendo como he vivido hay en mí un imposible de existir, al que he frustrado viviendo», dice Fernando Pessoa), y es que la vida es más importante que el arte, aunque el arte sea largo y la vida breve… Tome nota el joven lector, por si alguna vez se enfrenta con el «yo que seré»… Y ahora sí. Reeditando este Volumen de mi magia queda cerrado el prólogo de mi obra futura. En mis «Estudios de Cartomagia» estará, D.m., mi mejor magia. Pero ¡queda tanto por escribir! Animoso estoy, y, con la ayuda de tantos amigos, todo se andará. No haber llegado aún a la cúspide es una buena razón para seguir subiendo. Como un deber que nace de dentro y aunque el sol no vaya ya alto…

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